grato recordar esos momentos cuando concurríamos para romper la piñata que colocaban en el centro del patio de la casa, los niños pero también los adultos, participábamos pegándole con unos palos de colores y tapados de los ojos, al unísono de: “dale, dale, dale, no pierdas el tino porque si lo pierdes, pierdes el camino…” y gritando con gran júbilo “arriba”, “atrás”, “abajo”, “a la izquierda”, etc., se liberaba la magia de la fiesta, poco a poco iban cayendo uno que otro dulce y los adornos de papel de china de los picos de la estrella, las trompas o las patas de los animales, que reservábamos para después guardar lo ganado; luego de muchos golpes, se quebraba la olla de barro y saltaban por todos lados los dulces y las frutas que contenía. ¡Ah! pero eso era otro cantar, nos arrojábamos para recoger lo más que pudiéramos entre jalones, empujones y arrebatos, pero siempre alcanzaba para todos, después nos daban bolsitas con dulces por si acaso no habíamos logrado muchos, nos divertíamos muchísimo. No faltaba quien al dar un buen palazo le cayera la piñata en la cabeza, ja, ja, ja, ja.